Klimt
Artista controvertido, provocador para unos, brillante para otros; fascinado por la figura femenina, hipocondríaco, con fama de mujeriego. Solía pintar vestido con una túnica azul y larga hasta los pies que calzaba con sandalias; era poco aficionado a las palabras ya que, según recoge uno de sus pocos textos escritos opinaba: “No tengo el talento de la palabra hablada ni escrita, en especial si debo decir algo acerca de mi mismo o de mi obra. Incluso cuando tengo que escribir una simple carta estoy lleno de miedo y tembloroso como si estuviera a punto de marearme”. Era consciente del valor de sus obras pero aun así, posiblemente, se hubiera sorprendido al saber que una de ellas se ha convertido en la más cara de la historia.
Tenía cuarenta y cinco años cuando terminó el retrato de Adele Bloch-Bauer que había iniciado al menos cuatro años antes. Pan de oro y pan de plata, junto a prolíficos e intricados motivos decorativos en bajo relieve que recuerdan el arte de civilizaciones antiguas, hacen que la protagonista sea como una aparición surgida de un sueño de sensualidad y excesos. De su figura sólo podemos apreciar con claridad los hombros, las manos y el rostro, al estilo de los iconos bizantinos, mientras el resto se funde con la superficie esmaltada. “El oro es como el de los mosaicos bizantinos; los ojos en el vestido son egipcios, las espirales son micénicas, mientras que otros recursos decorativos, basados en la letra inicial de nombre de la modelo son vagamente griegos”.
Los que pudimos verla en Viena recordamos la mezcla de intriga, hipnosis y sugestión que nos provocó. Volverla a admirar será más difícil, Nueva York esta un poco más lejos.
G. Klimt: Retrato de Adele Bloch-Bauer, 1907
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