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domingo, noviembre 26, 2006

Tejer la vida

Cuenta la mitología griega que en un palacio de bronce -en cuyos muros estaba grabado el destino de los hombres y el camino de los astros- vivían las Moiras, tres diosas del destino que asignaban una parte del bien y del mal a cada persona al nacer. Clotho -la más joven-, presidía el nacimiento de los hombres y sostenía la rueca en que se hilaban los destinos de los mortales; Láchesis -la segunda- enrollaba el hilo en un carrete, volteaba el huso, distribuía la suerte asignando a cada persona su destino y decidía la duración de la vida; Átropos -la inexorable- cortaba el hilo de la existencia con unas tijeras de oro. Eran inflexibles y sus decisiones no podían ser modificadas -ni siquiera por otros dioses-, sin poner en peligro el orden del universo.
Tejían con hebras de lana blanca mezcladas con hilos dorados y negros y así hilaban la vida de los hombres: los hilos blancos y dorados indicaban días de felicidad, los negros señalaban una vida breve y de dolor y la mezcla de ambos eran para aquellas personas en cuya existencia se habían alternado los buenos momentos con los aciagos. Cuando la vida llegaba a su fin, sin tener en cuenta edad, riqueza, poder,…la hebra se cortaba y los humanos descendían al reino de los muertos.
Otros pueblos también tenían estas figuras: los romanos personificaban el destino en las diosas Parcas, llamadas Nona, Décima y Morta; en la mitología nórdica se las conoce por Nornas: Urd, Vertande y Skuld que representan el pasado, el presente y el futuro...
Algunos de los antiguos romanos, por influencia de la filosofía estoica y epicúrea, creyeron que el hombre era artífice de su propio destino. Otros, al contrario, pensaban que hay fuerzas que escapan a nuestro control y que queramos o no, el destino utiliza sus propias mañas: "los dioses nos golpean como si fuéramos pelotas" afirmaba Plauto.
Ni una cosa ni otra, nada está escrito, nada está predestinado -hasta un gen llamado Clotho podría convertirse en la clave de la longevidad-. Es cierto que hay muchas cosas que no podemos cambiar: el lugar en que nacimos, nuestros padres biológicos, la estatura, el color de los ojos,…pero hay otras que sí. La regularidad y la normalidad del orden establecido a veces se rompe “sin saber cómo ni por qué” con la irrupción de acontecimientos que afectan de forma considerable a nuestras vidas. Esa es una de las situaciones en las que quizás tengamos que revisar nuestro sentido de dependencia y llevar a cabo un ejercicio de libertad para cuestionar y modificar -cuando sea necesario- las influencias familiares, las creencias, nuestra interpretación de los valores, nuestras acciones, las circunstancias que nos rodean, valorar las contingencias imprevistas…., girar nosotros el huso de Láchesis... y romper la cadena si queremos realmente estar vivos. Si no somos capaces de tejer nuestro destino, Átropos no necesitará cortar el hilo de la vida; hará mucho tiempo que estaremos muertos.
Dalí, Salvador: Muchacha asomada a la ventana

2 Comments:

Blogger Manolo Merino said...

...
(¿Cual será la onomatopeya de un suspiro?)
Gracias.

12:00 p. m.  
Blogger macla said...

No lo sé, pero se admiten sugerencias. Gracias a ti.

6:17 p. m.  

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