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jueves, mayo 18, 2006

Día tras día


Nuestra esperanza y calidad de vida ha mejorado sustancialmente en los últimos años, en parte sin duda a los grandes avances científicos y tecnológicos, a lo que denominamos progreso. Una gran parte de la población de las sociedades occidentales, goza de mayor bienestar material: se tienen más cosas que nunca, una amplia oferta de productos y servicios y por consiguiente más posibilidades de escoger. En teoría, y esa es la creencia que ha prevalecido durante siglos, el progreso lleva a que tengamos un mayor conocimiento del mundo, que lleguemos a entenderlo mejor, y por consiguiente que podamos entendernos también mejor a nosotros mismos y así ser capaces de vivir una vida lo más plena e intensa posible .
Pero si observamos a nuestro alrededor detenidamente, la realidad es que abunda el desasosiego y una gran insatisfacción, quizás debido a que nuestra vida está sometida a un gran estrés y a una fuerte presión y eso nos hace incapaces de disfrutarla, de vivirla, por falta de tiempo, oportunidad o sentido. No queremos o no tenemos tiempo para pensar y cuando nos paramos a hacerlo se generan nuevas inquietudes que, desde luego, no se resuelven recurriendo a los bienes de consumo ni tampoco, probablemente, a los libros de autoayuda, ni a actividades variadas de relajación.
Los dilemas y contradicciones que nos crea esta forma de vida, la lucha contra la rutina y el conformismo con que transcurren muchos de nuestros días (previsibles y monótonos) y la búsqueda del sentido y la ilusión por aquellos que nos quedan por vivir no son nuevos. Borges, Onetti, Pirandello y Kafka, entre otros, han aludido a ello: todos los seres tenemos un conflicto entre lo que soñamos -lo que nos gustaría ser- y lo que hacemos; entre la realidad y los deseos. Ser capaces de superar ese “quiero y no puedo” es un reto muchas veces difícil de lograr. Probablemente llegue un momento de nuestra vida en que sea realmente duro ver que no hemos cumplido nuestros sueños. Pero lo más terrible será, si ese es el caso, darse cuenta de que quizás no los hemos logrado por no habernos atrevido a intentarlo. Por lo menos "quien lo intenta, quien se arriesga, vive".
Paul Klee: Il gardino del tempio