
Llamaron los romanos
ocio el tiempo distinto del
neg-ocio, es decir, el tiempo que queda fuera de las actividades propias de la vida profesional y laboral, el tiempo que nos queda “fuera del trabajo” .
Las sociedades contemporáneas - al menos en el mundo occidental al que pertenecemos- se van caracterizando por la reducción de la jornada laboral, de modo que el tiempo disponible para el ocio es cada vez mayor. A menudo, el neg-ocio nos exprime tanto con continuo ajetreo estresante que el desconectar y disfrutar de espacios de ocio no sólo es bueno sino necesario para garantizar una vida sana y equilibrada.
Importa, pues, llenar ese tiempo de ocio. Pero el punto de partida no debe ser ya el ocio, sino la calidad del ocio, o un ocio de calidad contrapuesto al “dolce far niente” . Por ello se trata de llenar ese tiempo no en no hacer nada, sino en apostar por un ocio activo y, es competencia de los poderes públicos y las distintas instituciones ofertar oportunidades para un ocio creativo . Es necesario enseñar y aprender a mirar un cuadro, ver una película, leer un libro, escuchar una melodía, asistir a un concierto o gozar un poema...Debemos ser un público más exigente y no conformarnos únicamente con “panem et circenses”. A una sociedad desarrollada corresponde una sociedad madura en todas sus manifestaciones, también cuando hablamos de ocio.
Sería deseable que no desaprovecháramos las oportunidades que pasan por delante de nuestros ojos. ¿A quién podríamos entonces echar la culpa si no a nuestra propia necedad?
Toute la ville en parle. Le chat noir
Eduardo Arroyo